Los científicos y médicos están en una búsqueda constante de nuevas maneras de conservar sana a la humanidad. Sin embargo, el procedimiento de hacerlas accesibles al público no es fácil ni corto, porque todo medicamento tiene efectos secundarios inesperados, incluso después de haber sido sometido a exhaustivas pruebas en grupos de control. Por eso al iniciar la comercialización se activa permanentemente la farmacovigilancia.
Así es llamado el proceso de estar alerta, investigar y evaluar las interacciones entre medicamentos, plantas medicinales, medicinas tradicionales y productos biológicos; para conocer sus reacciones adversas y cómo prevenir daños en los pacientes.
Esto se debe a que por más que se intenten duplicar todas las situaciones durante las pruebas, simplemente no es posible cubrir cada rango de edad, escenarios como embarazos y alergias, ni las consecuencias de combinarlos con otros remedios. Tampoco lo que sucede por sobredosis o si son ingeridas por alguien que no cuente con perfectas condiciones de salud.
Pero ¿qué es un fármaco?
Pues es una sustancia que a raíz de su configuración estructural y química puede reaccionar con macromoléculas proteínicas, localizadas en el núcleo y el citoplasma o membrana de las células, generando desenlaces notorios en el organismo. Es suministrado al paciente con la intención de prevenir, mitigar o curar una enfermedad o dolencia.
La última parte de la definición existe para distinguirlos de las drogas, que tienen un uso social y recreacional que altera el estado de ánimo. Y de las toxinas y venenos que también originan impactos drásticos en el cuerpo, pero nada recomendables a la hora de mantener el bienestar o la vida. O sea, que la diferencia clave radica en el propósito con el que es administrado el producto.
Aunque es interesante saber que buscando aislar y reproducir los efectos benéficos, muchos nuevos tratamientos son basados en elementos peligrosos de la naturaleza, como venenos de serpientes, medusas, plantas y demás seres vivientes con defensas químicas. Este es el caso de la mortal toxina botulínica, nombre comercial botox, de aplicación popular en la industria estética.
Cualquier resultado adverso o inesperado de estas sustancias es cuidadosamente catalogado y estudiado para utilizarlas con mayor efectividad en el futuro, gracias a la farmacovigilancia.
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